En “La Gran Ciudad”, como suelo llamar a esa gran urbe llena de carros y contaminación, vivía una anciana mujer y su perrita Mía. Mía era una de esas perritas que cuando se le miraba no se sabía si era un Chupacabra o una liga entre Chiguagua y ratón, pero eso, e incluso el hecho de que fuera coja y no viera muy bien de un ojito, porque siempre estaba hinchado, no parecía haberle importado en lo absoluto a su dueña quien no dudo ni un segundo en salvarla de una perrera antes que la pusieran a dormir.
Mía estaba consiente de que ella no era una belleza, ni tan siquiera podía alardear de su pedigrí, ‘no era de sangre azul’ y no vestía, ni vestiría nunca, Prada; pero aun así, soñaba con ser o hacer algo importante para que su dueña pudiera estar orgullosa de ella. Desde que tenia uso de razón siempre había envidiado a los pastores alemanes, esos perros policías entrenados, pero nunca se le había dado eso de ser valiente por lo que sus sueños de ser policía se habían esfumados mucho tiempo atrás y por eso ahora se concentraba más en ser muy obediente. Nunca hacía sus necesidades en los lugares de la casa que no estuvieran permitidos y sin falta, mientras movía su colita, obedecía todo lo que su anciana dueña le ordenaba. Incluso todas las mañanas bajaba las escaleras a recoger el periódico.
Una tarde mientras la anciana miraba la televisión a Mía se le ocurrió estando en el balcón cuando miraba como las palomas revoloteaban alegres una maravillosa idea:
“Que tal si intento volar, quizás puedo lograrlo, a lo mejor tengo poderes como ese Underdog. Una cosa es segura, sino lo trato nunca lo sabré.”-pensó ilusionada y auto seguido puso en marcha su plan que resultó siendo un desastre que casi le cuesta la vida cuando salto del balconcillo; menos mal de que aterrizo encima de una pila de basura, sino, en esos precisos momentos, estuviera ladrándole a los angelitos en el cielo.
Su dueña se puso muy nerviosa y la regaño después de que la llevo al veterinario y supo de que estaba fuera de peligro: “mala perra” la llamo.
Los días pasaron, ella fue sanando y la tranquilidad en el apartamento aumento considerablemente mientras se acercaba el día ese en el que su dueña se ponía muy triste recordando la muerte de su esposo. Treinta largos años se cumplirían de su desaparición en una excursión arqueológica en el Himalaya y aun después de tanto tiempo la anciana lloraría sin consuelo mientras acariciaba el retrato que tenia encima de la cómoda, al lado de aquel espejo antiguo de marco dorado, desgastado y viejo, ultimo regalo de su esposo, que le devolvía cada vez mas una imagen de el borrosa por el deterioro de los años. Mía sabia que debía portarse bien en ese día para no molestar a su compungida dueña y así lo hizo. Ese día luctuoso paso muy, muy lento para ella que se fue poniendo cada vez mas nerviosa cuando vio a su dueña llorar como no lo había hecho en años anteriores hasta que cuando la noche cayo, la anciana rendida por el cansancio y la pena, se acostó a dormir. Esa misma noche Mía tuvo una pesadilla horrible producto al estrés de aquella mañana y a consecuencia se despertó en medio de la noche. Miro atenta para todos los lugares y un ruido cerca de la cómoda llamo su atención así que volteo su cabecita y al fijarse en el espejo, por un momento le pareció ver unos ojos muy azules, pero cuando se movió para fijarse mejor aquellos azules ojos no estaban, así que lo atribuyo al efecto causado por su pesadilla y cuando se dispuso a acurrucarse otra vez en su camita vio en una esquina a pocos pies de la puerta del cuarto a un anciano de barba muy plateada y ojos muy azules que llevaba como vestido una túnica hecha de saco ;ella lo observo detenidamente y vio que en aquel rostro había algo familiar que hizo que ella no ladrara, le parecía conocido aquel semblante. Una nariz aguileña, unos pómulos pronunciados y unos ojos azules como el mar.
– ¿Donde los habría visto?– pensó; y en su mente, el retrato del esposo de su dueña cobro vida y se sorprendió al reconocer que aquel sujeto de barbas plateadas había sido muchos años atrás aquel hombre que amo su ama.
¿Como podía ser? No tenia sentido, pero allí estaba parado muy cerca de ella. Mía contuvo la respiración y reprimió un ladrido cuando el anciano acaricio la cabeza de su dueña deslizando sus dedos por el pelo y dejo escapar un suspiro mientras volteaba la cabeza y por primera vez fijaba sus ojos en ella.
– Buena perrita -le dijo, se acerco y la acaricio. Después y como en los cuentos de hadas salió del cuarto atravesando el espejo de la cómoda.
Mía se quedo boquiabierta, no creía lo que sus ojos veían y sin pensarlo salto hacia el espejo y se dio cuenta que atravesaba algo frio como el hielo y viscoso como la gelatina hasta que cayo en un lago, en un lugar que no conocía, rodeada de arboles majestuosos que nunca en su corta vida había visto. Lo primero que hizo fue beber del lago para calmar su sed, porque esos segundos en los que atravesó ese espejo resultaron ser los mas agotadores de su vida; así que inclino su cabeza y bebió sin fijarse mucho en el agua, pero antes de levantar la cabeza, sus ojos vieron su reflejo y el terror se vio reflejado en sus pupilas: era humana y no una perrita.
Tardo casi cinco minutos en reponerse del shock que su reflejo le había causado e intento salir del lago para entonces comprobar de que estaba desnuda, así que volvió a zambullirse en el agua para cubrir su desnudes y mientras pensaba en como vestirse vio, en una rama de un arbusto cercano a una araña mientras tejía y pensó: “que lindo fuera si pudiera tener un vestido hecho por esa arañita, se vería hermoso y brillaría con cada rayito de sol.”
Su deseo, no tardo en ser realidad, pues acabando de pensar esto, la arañita pareció asentir y auto seguido se reunieron con ella otras tres arañitas más que se pusieron a trabajar en lo que parecía un vestido. Poco tiempo paso, y antes de que la posición de los dos soles de aquel mundo cambiase, Mía, tubo frente a ella un precioso vestido hecho a su medida y que brillaba hermosamente con cada rayo de luz que incidía en el; así teniendo algo que ponerse, salió del lago y se vistió, y antes de marcharse por un camino que se dirigía hasta una casa improvisada en lo mas alto de un árbol que se veía a lo lejos, ella le dio las gracias a las arañitas las que le contestaron con un gesto que parecía indicar que les había agradado hacer ese vestido para ella y sin demorarse mas, camino alegremente por aquel sendero hacia el inmenso árbol mientras tarareaba una tonadilla infantil y jugueteaba con su vestido blanco perlado.
Una vez que Mía llego hasta la sima del árbol sin mucho esfuerzo de su parte, teniendo cuidado de no ensuciar su nuevo vestido, toco en la puerta dos veces, pero viendo que nadie contestaba giro el pomo de la puerta y entro a una habitación sencilla con paredes revestidas de bambú decorada con distintos objetos comunes, desde una concha hasta una gran llave oxidada por el paso del tiempo, pero los adornos mas interesante eran aquellos proverbios escritos por todos lados de las paredes con tintas de distintos colores: rojo, amarillo, azul y verde.
Todo era muy colorido para Mía, hermoso y bello y estando acostumbrada a verlo todo en un espectro de colores distinto al de los humanos ahora todo le parecía hermoso y maravilloso, mágico y celestial. Ella se sentía flotando en un sueño, distraída por los colores, hasta que sus ojos se fijaron en un espejo como el que su señora tenía. No lo pensó dos veces, se dirigió al espejo y como sabiendo que era lo que tenia que hacer pronuncio en alta voz el nombre de su ama y ante sus ojos en vez de ver su reflejo en el espejo vio a su dueña que yacía en su cama muy enferma, agonizando, al borde de la muerte.
Mía se sobresalto al ver eso y se entristeció y se lamento de haber seguido al anciano ya que por su culpa no podría estar al lado de su ama en sus últimos momentos y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas humedeciendo su rostro. Nunca antes había experimentado ese sentimiento antes pero la hacia reconfortarse y desahogarse al mismo tiempo. Entonces mientras ella soltaba sus penas, sintió un ruido de un cajo al crujir y se volteo para ver como aquel anciano de ojos azules entraba grácilmente por una ventana saltando con pericia de aquel árbol que se encontraba a tres metros del alféizar de la ventana.
– No, no, no llores; aun hay esperanzas, pero tienes que hacer lo que te diga.
Mía no se movió ni dijo nada solo se limito a escuchar todo lo que el anciano le dijo.
Primero le conto su historia de cómo había desaparecido en los Himalaya por un portal que lo había conducido hasta ese otro mundo y de cómo allí se había hecho poderoso en magia y sabiduría sin envejecer nunca siendo juez de jueces hasta que el Tirano mato al legítimo rey y le declaro la guerra a todo el que se le opusiera, así que tuvo que exiliarse, desaparecer, hasta que los elegidos del tiempo llegasen de tierras lejanas y trajesen justicia y paz de nuevo como una profecía declaraba.
– Aun los estamos esperando- dijo entristecido.
Lo segundo que le conto fue sobre la conexión entre los espejos; de como el día de su boda había comprado los dos espejos uno para su amada y el otro para el y como le había dicho a ella que aunque el se encontrase lejos el siempre miraría aquel espejo y la recordaría y ella podría hacer lo mismo, claro estaba, esos espejos en aquel momento no eran mágicos le aclaro, pero como el llevaba uno cuando cruzo a ese mundo una conexión mágica se produjo, él no lo supo hasta que un día pensó en ella y vio la imagen de su amada. Lo de viajar por el espejo lo descubrió cien años después. El único problema con la conexión con los espejos era que no aparecía en el lugar exacto, por lo menos le sucedió en los primeros intentos, luego pudo dominar el truco que consistía en visualizar con la mente el lugar exacto de donde se quisiera y aun así, a veces aparecía a la vuelta de la esquina de la casa de donde ella vivía.
– Ah, no sabes cuanto la extraño-le dijo a Mía mientras jugueteaba con la punta de su barba.
– Y porque no la trae
– Muy buena pregunta, el problema es que el viaje a través de los espejos la mataría.
– A mi no me mato
– Oh, pero tú eras diferente.
– Una perrita
– No, eso no. Estabas llena de magia y fantasía, por eso pudiste cruzar y mírate ahora toda una hermosa muchacha.
Mía no se sorprendió, ni le pregunto como sabia todo sobre ella pero se imagino que la magia fluía en ese cuarto y se comunicaba con el dejándole saber todo. Así que continúo escuchando al anciano.
– El corazón de Ángela no aguantaría, tan frágil como esta; pero aun hay algo que se puede hacer y tú me puedes ayudar. ¿Quieres?
Ella asintió con la cabeza y en ese mismo momento el anciano se apuro en contarle lo que quería que ella hiciera.
– Debes ponerle este collar de perlas negras en su cuello, eso es todo-le dijo mientras con un movimiento de su mano hacia aparecer un hermoso collar de perlas negras con un perla mas grande en el centro que hacia función de adorno.
– Hare todo lo que me dijo señor.
– Gracias pero no me llames señor, tú me puedes decir Silvio aunque todos aquí me conocen como Myrddhin .Mía asintió y le sonrió. Bueno es hora de que vuelvas queda poco tiempo.
Entonces Mía fue derecho hasta pararse frente al espejo, pero antes de entrar se volteo hacia Silvio y le pregunto.
– Volveré a ser una perrita?
– No lo se mi muchacha, espero que la magia te favorezca, pero aun hay cosas que me son ocultas.
Una lágrima se deslizó cuidadosamente por las mejillas de Mía.
– No llores, mira, lee el proverbio que esta frente a ti, yo mismo lo invente.
Ella miro fijamente a la pared y leyó lo siguiente:
“Y para aquellos que entregan sus corazones en busca de los mas altos valores y dan todas sus fuerzas a favor de los menesteroso mientras que con humildad ayudan al prójimo sin esperar nada en retorno le serán abiertas todas las puertas del reino mágico y la magia fluirá dentro de ellos para siempre.”
Y así terminando de leer las últimas palabras con una sonrisa en los labios y el collar de perlas en una mano Mía atravesó el espejo que se agrando mientras se acercaba para que ella pudiese pasar con comodidad.
El viaje fue corto y la sensación fría del viaje no la mareó y fue mas agradable que la primera vez, claro ella había hecho lo que el mago le recomendó, visualizar el lugar donde quería aparecer y así fue como aterrizo en una esquina cerca de la cama de su dueña. Ángela estaba dormida y aunque a simple vista parecía esta bien el resplandor de la luna que se colaba por una ventana hacia ver en su rostro unas grandes ojeras en sus ojos denotando una palidez fuera de lo normal en un rostro mas flaco de lo habitual. Mía se apuro a hacer lo que Silvio le dijo y le puso el collar de perlas negras y habiendo terminado ella de abrochárselo se percato de que ella comenzaba a transformase de nuevo en perrita mientras que de su cuerpo, hace poco humano, se desprendía unas llamitas doradas hasta que la transformación se completo. Ella suspiro al ver su reflejo en el espejo y vio que su habitual carita de perrita le devolvía la mirada. En ese preciso momento su dueña se despertó y al verla se alegró, la cargó y la beso pero el cansancio volvió a vencerla y se volví a quedar dormida sin percatarse de que llevaba en su cuello un hermoso collar de perlas negras.
Todo estaba en silencio en la casa hasta que el reloj antiguo de pared comenzó a dar las doce campanadas que anunciaban la llegada de la media noche, entonces algo mágico sucedió. Un resplandor dorado envolvió a Ángela y la levanto de la cama y en un estallido de llamas doradas despareció dejando atrás la perla más grande del collar que callo a los pies de Mía. Ella, triste porque su dueña ya no estaba se acurruco su cuerpo sobre la perla negra y sin dar crédito a sus ojos comenzó a elevarse del piso y unas llamitas doradas comenzaron a cubrir su cuerpecito. Envuelta en una luz segadora comenzó a transformarse y al final, cuando aquella luz se disipo totalmente, se percato de que volvía a ser humana, se miró en el espejo y sonrió y vio que volvía a lucir su vestido blanco, regalo de las arañitas y adivinando lo que iba a pasar a continuación, no le quito la vista al espejo que le devolvió el reflejo de los ojos azules del anciano y al lado de el, aquellos inconfundibles ojos verdes de su dueña que le sonreía desde el espejo.
Mía quedo extenuada esa noche mágica y no tardo en quedarse dormida hasta que al otro día el timbre de la puerta la despertó, así que corriendo escaleras abajo se precipito para abrir la puerta y cual no fue su sorpresa al ver que un joven guapísimo vestido de militar con unos ojos verdes iguales a los de su dueña le sonreía.
– Buenas, ¿Ángela se encuentra? Ella, es mi abuela.-se apresuro el joven al ver la cara de consternación que ponía Mía.
Mía no supo que decirle al joven en un principio, pero luego de reponerse a la sorpresa le conto que su abuela había muerto y que habían esparcido sus cenizas en el mar, claro, ella no podía contar la verdad, de todas formas, ¿quien se lo iba a creer? También le conto que Ángela había sido como su abuela y que solo hacia poco tiempo vivía con ella y la ayudaba.
El joven lloro por unos minutos y después de que se repuso, ella lo invito a pasar a dentro de la casa donde platicaron casi toda la mañana y así Mía se entero de que el había terminado su tiempo de servicio militar en la Marina y de cómo hacia casi diez años atrás había salido con su mama y papa en una balsa precaria hacia este país en busca de libertades que en aquella islita del Caribe donde solía vivir no había desde hacia muchos años y de cómo había sobrevivido al naufragio de la embarcación y había visto morir a sus padres mientras intentaban mantenerlo a el a salvo.
La historia había hecho llorar a Mía quien sin darse cuenta se abrazo a el y lloró en su hombro, entonces el joven la beso y ella se estremeció porque sintió un hormigueo en todo su cuerpo. Estaba enamorada de aquel joven.
– Por cierto me llamo Carlos y no se, yo no creo en amor a primera vista pero creo que estoy enamorado locamente de ti, nunca antes había sentido esto por otra chica.
– Si sentirse flotando es amar, entonces te amo también pues estoy en las nubes-dijo Mía con una sonrisa y ella le devolvió el beso a Carlos quien la sujeto entre sus brazos, la cargó y la llevó a la cama donde durmieron juntos esa noche.
Con el tiempo Mía le conto la verdad a Carlos y este le conto un historia igualmente mágica del mismo lugar al que ella había ido, aunque su historia había sido mas interesante que la de ella. Dioses antiguos, Elfos, Magos, Reyes Malvados, Vampiros, Dragones, Enanos, Sirenas y Umbrales Secretos sin contar numerosos enfrentamientos entre el bien y el mal para solo nombrar solo unas de las pocas cosas que incluía el cuento de Carlos. Al principio ella no le creyó pero después de que el le jurara mil veces terminó por acertar que era verdad, al fin y al cabo ella misma había vivido una fantasía que le costaría a cualquiera creer. Una perrita que se transformó en humana y encontró el amor de su vida.
Pasaron muchos, muchos años y en el ocaso de sus vidas decidieron cruzar el espejo mágico, sabían que podían morir en el intento pero tuvieron esperanza de que la magia que aun conservaban en sus corazones les permitiera viajar, y así lo hicieron, y en ese mundo donde los dos soles alumbran y las tres lunas brillan en la noche, vivieron eternamente como guardianes de los secretos y jueces entre los jueces. Mía llego a ser la mas grande de las hechiceras de aquel mundo, solo Ángela la igualaba y Carlos llego a ser el Mago más sabio y poderoso que jamás se haya visto incluso sobrepaso con creses a su maestro Myrddhin.Mía vivió feliz con Carlos y fueron participes de historias dignas de contar, aventuras llenas de magia que luego les pudieron contar a sus hijos Silvia y Ángel. Silvia llego a ser alta profetiza del dios Adur y Ángel se caso con Lilia quien le dio a luz a un hijo que llamaron Idir y este llego a ser el primer rey de la ciudad de Uth.
© Marvincsc 2011